viernes, 12 de octubre de 2007

El Bershit (Parte 1)

Capítulo 1
Al principio Dios creó el cielo y la tierra.
La tierra era algo informe y vacío, las tinieblas cubrían el abismo, y el soplo de Dios se aleteaba sobre las aguas.
Entonces Dios dijo: "Hágase la luz". Y la luz se hizo.
Dios vio que la luz era buena, y separó la luz de las tinieblas;
y llamó Día a la luz y Noche a las tinieblas. Así hubo una tarde y una mañana: este fue el primer día.
Dios dijo: "Que haya un firmamento en medio de las aguas, para que establezca una separación entre ellas". Y así sucedió.
Dios hizo el firmamento, y este separó las aguas que están debajo de él, de las que están encima de él;
y Dios llamó Cielo al firmamento. Así hubo una tarde y una mañana: este fue el segundo día.
Dios dijo: "Que se reúnan en un solo lugar las aguas que están bajo el cielo, y que aparezca el suelo firme". Y así sucedió.
Dios llamó Tierra al suelo firme y Mar al conjunto de las aguas. Y Dios vio que esto era bueno.
Entonces dijo: "Que la tierra produzca vegetales, hierbas que den semilla y árboles frutales, que den sobre la tierra frutos de su misma especie con su semilla adentro". Y así sucedió.
La tierra hizo brotar vegetales, hierba que da semilla según su especie y árboles que dan fruto de su misma especie con su semilla adentro. Y Dios vio que esto era bueno.
Así hubo una tarde y una mañana: este fue el tercer día.
Dios dijo: "Que haya astros en el firmamento del cielo para distinguir el día de la noche; que ellos señalen las fiestas, los días y los años,
y que estén como lámparas en el firmamento del cielo para iluminar la tierra". Y así sucedió.
Dios hizo los dos grandes astros –el astro mayor para presidir el día y el menor para presidir la noche– y también hizo las estrellas.
Y los puso en el firmamento del cielo para iluminar la tierra,
para presidir el día y la noche, y para separar la luz de las tinieblas. Y Dios vio que esto era bueno.
Así hubo una tarde y una mañana: este fue el cuarto día.
Dios dijo: "Que las aguas se llenen de una multitud de seres vivientes y que vuelen pájaros sobre la tierra, por el firmamento del cielo".
Dios creó los grandes monstruos marinos, las diversas clases de seres vivientes que llenan las aguas deslizándose en ellas y todas las especies de animales con alas. Y Dios vio que esto era bueno.
Entonces los bendijo, diciendo: "Sean fecundos y multiplíquense; llenen las aguas de los mares y que las aves se multipliquen sobre la tierra".
Así hubo una tarde y una mañana: este fue el quinto día.
Dios dijo: "Que la tierra produzca toda clase de seres vivientes: ganado, reptiles y animales salvajes de toda especie". Y así sucedió.
Dios hizo las diversas clases de animales del campo, las diversas clases de ganado y todos los reptiles de la tierra, cualquiera sea su especie. Y Dios vio que esto era bueno.
Dios dijo: "Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza; y que le estén sometidos los peces del mar y las aves del cielo, el ganado, las fieras de la tierra, y todos los animales que se arrastran por el suelo".
Y Dios creó al hombre a su imagen; lo creó a imagen de Dios, los creó varón y mujer.
Y los bendijo, diciéndoles: "Sean fecundos, multiplíquense, llenen la tierra y sométanla; dominen a los peces del mar, a las aves del cielo y a todos los vivientes que se mueven sobre la tierra".
Y continuó diciendo: "Yo les doy todas las plantas que producen semilla sobre la tierra, y todos los árboles que dan frutos con semilla: ellos les servirán de alimento.
Y a todas la fieras de la tierra, a todos los pájaros del cielo y a todos los vivientes que se arrastran por el suelo, les doy como alimento el pasto verde". Y así sucedió.
Dios miró todo lo que había hecho, y vio que era muy bueno. Así hubo una tarde y una mañana: este fue el sexto día.

Capítulo 2
Así fueron terminados el cielo y la tierra, y todos los seres que hay en ellos.
El séptimo día, Dios concluyó la obra que había hecho, y cesó de hacer la obra que había emprendido.
Dios bendijo el séptimo día y lo consagró, porque en él cesó de hacer la obra que había creado.
Este fue el origen del cielo y de la tierra cuando fueron creados.
Cuando el Señor Dios hizo la tierra y el cielo, aún no había ningún arbusto del campo sobre la tierra ni había brotado ninguna hierba, porque el Señor Dios no había hecho llover sobre la tierra. Tampoco había ningún hombre para cultivar el suelo,
pero un manantial surgía de la tierra y regaba toda la superficie del suelo.
Entonces el Señor Dios modeló al hombre con arcilla del suelo y sopló en su nariz un aliento de vida. Así el hombre se convirtió en un ser viviente.
El Señor Dios plantó un jardín en Edén, al oriente, y puso allí al hombre que había formado.
Y el Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles, que eran atrayentes para la vista y apetitosos para comer; hizo brotar el árbol de la vida en medio del jardín, y el árbol del conocimiento del bien y del mal.
De Edén nace un río que riega el jardín, y desde allí se divide en cuatro brazos.
El primero se llama Pisón: es el que recorre toda la región de Javilá, donde hay oro.
El oro de esa región es excelente, y en ella hay también bedelio y lapislázuli.
El segundo río se llama Guijón: es el que recorre toda la tierra de Cus.
El tercero se llama Tigris: es el que pasa al este de Asur. El cuarto es el Éufrates.
El Señor Dios tomó al hombre y lo puso en el jardín de Edén, para que lo cultivara y lo cuidara.
Y le dio esta orden: "Puedes comer de todos los árboles que hay en el jardín,
exceptuando únicamente el árbol del conocimiento del bien y del mal. De él no deberás comer, porque el día que lo hagas quedarás sujeto a la muerte".
Después dijo el Señor Dios: "No conviene que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada".
Entonces el Señor Dios modeló con arcilla del suelo a todos los animales del campo y a todos los pájaros del cielo, y los presentó al hombre para ver qué nombre les pondría. Porque cada ser viviente debía tener el nombre que le pusiera el hombre.
El hombre puso un nombre a todos los animales domésticos, a todas las aves del cielo y a todos los animales del campo; pero entre ellos no encontró la ayuda adecuada.
Entonces el Señor Dios hizo caer sobre el hombre un profundo sueño, y cuando este se durmió, tomó una de sus costillas y cerró con carne el lugar vacío.
Luego, con la costilla que había sacado del hombre, el Señor Dios formó una mujer y se la presentó al hombre.
El hombre exclamó: "¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Se llamará Mujer, porque ha sido sacada del hombre".
Por eso el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, y los dos llegan a ser una sola carne.
Los dos, el hombre y la mujer, estaban desnudos, pero no sentían vergüenza.

Capítulo 3
La serpiente era el más astuto de todos los animales del campo que el Señor Dios había hecho, y dijo a la mujer: "¿Así que Dios les ordenó que no comieran de ningún árbol del jardín?".
La mujer le respondió: "Podemos comer los frutos de todos los árboles del jardín.
Pero respecto del árbol que está en medio del jardín, Dios nos ha dicho: ‘No coman de él ni lo toquen, porque de lo contrario quedarán sujetos a la muerte’".
La serpiente dijo a la mujer: "No, no morirán.
Dios sabe muy bien que cuando ustedes coman de ese árbol, se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal".
Cuando la mujer vio que el árbol era apetitoso para comer, agradable a la vista y deseable para adquirir discernimiento, tomó de su fruto y comió; luego se lo dio a su marido, que estaba con ella, y él también comió.
Entonces se abrieron los ojos de los dos y descubrieron que estaban desnudos. Por eso se hicieron unos taparrabos, entretejiendo hojas de higuera.
Al oír la voz del Señor Dios que se paseaba por el jardín, a la hora en que sopla la brisa, se ocultaron de él, entre los árboles del jardín.
Pero el Señor Dios llamó al hombre y le dijo: "¿Dónde estás?".
"Oí tus pasos por el jardín, respondió él, y tuve miedo porque estaba desnudo. Por eso me escondí".
Él replicó: "¿Y quién te dijo que estabas desnudo? ¿Acaso has comido del árbol que yo te prohibí?".
El hombre respondió: "La mujer que pusiste a mi lado me dio el fruto y yo comí de él".
El Señor Dios dijo a la mujer: "¿Cómo hiciste semejante cosa?". La mujer respondió: "La serpiente me sedujo y comí".
Y el Señor Dios dijo a la serpiente: "Por haber hecho esto, maldita seas entre todos los animales domésticos y entre todos los animales del campo. Te arrastrarás sobre tu vientre, y comerás polvo todos los días de tu vida.
Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo. Él te aplastará la cabeza y tú le acecharás el talón".
Y el Señor Dios dijo a la mujer: "Multiplicaré los sufrimientos de tus embarazos; darás a luz a tus hijos con dolor. Sentirás atracción por tu marido, y él te dominará".
Y dijo al hombre: "Porque hiciste caso a tu mujer y comiste del árbol que yo te prohibí, maldito sea el suelo por tu culpa. Con fatiga sacarás de él tu alimento todos los días de tu vida.
Él te producirá cardos y espinas y comerás la hierba del campo.
Ganarás el pan con el sudor de tu frente,hasta que vuelvas a la tierra,de donde fuiste sacado.¡Porque eres polvo y al polvo volverás!".
El hombre dio a su mujer el nombre de Eva, por ser ella la madre de todos los vivientes.
El Señor Dios hizo al hombre y a su mujer unas túnicas de pieles y los vistió.
Después el Señor Dios dijo: "El hombre ha llegado a ser como uno de nosotros en el conocimiento del bien y del mal. No vaya a ser que ahora extienda su mano, tome también del árbol de la vida, coma y viva para siempre".
Entonces expulsó al hombre del jardín de Edén, para que trabajara la tierra de la que había sido sacado.
Y después de expulsar al hombre, puso al oriente del jardín de Edén a los querubines y la llama de la espada zigzagueante, para custodiar el acceso al árbol de la vida.

Capítulo 4
El hombre se unió a Eva, su mujer, y ella concibió y dio a luz a Caín. Entonces dijo: "He procreado un varón, con la ayuda del Señor".
Más tarde dio a luz a Abel, el hermano de Caín, Abel fue pastor de ovejas y Caín agricultor.
Al cabo de un tiempo, Caín presentó como ofrenda al Señor algunos frutos del suelo,
mientras que Abel le ofreció las primicias y lo mejor de su rebaño. El Señor miró con agrado a Abel y su ofrenda,
pero no miró a Caín ni su ofrenda. Caín se mostró muy resentido y agachó la cabeza.
El Señor le dijo: "¿Por qué estás resentido y tienes la cabeza baja?
Si obras bien podrás mantenerla erguida; si obras mal, el pecado está agazapado a la puerta y te acecha, pero tú debes dominarlo".
Caín dijo a su hermano Abel: "Vamos afuera". Y cuando estuvieron en el campo, se abalanzó sobre su hermano y lo mató.
Entonces el Señor preguntó a Caín: "¿Dónde está tu hermano Abel?". "No lo sé", respondió Caín. "¿Acaso yo soy el guardián de mi hermano?".
Pero el Señor le replicó: "¿Qué has hecho? ¡Escucha! La sangre de tu hermano grita hacia mí desde el suelo.
Por eso maldito seas lejos del suelo que abrió sus fauces para recibir la sangre de tu hermano derramada por ti.
Cuando lo cultives, no te dará más su fruto, y andarás por la tierra errante y vagabundo".
Caín respondió al Señor: "Mi castigo es demasiado grande para poder sobrellevarlo.
Hoy me arrojas lejos del suelo fértil; yo tendré que ocultarme de tu presencia y andar por la tierra errante y vagabundo, y el primero que me salga al paso me matará".
"Si es así, le dijo el Señor, el que mate a Caín deberá pagarlo siete veces". Y el Señor puso una marca a Caín, para que al encontrarse con él, nadie se atreviera a matarlo.
Luego Caín se alejó de la presencia del Señor y fue a vivir a la región de Nod, al este de Edén.
Caín se unió a su mujer, y ella concibió y dio a luz a Henoc. Caín fue el fundador de una ciudad, a la que puso el nombre de su hijo Henoc.
A Henoc le nació Irad. Irad fue padre de Mejuiael; Mejuiael fue padre de Metusael, y Metusael fue padre de Lamec.
Lamec tuvo dos mujeres: una se llamaba Adá, y la otra, Silá.
Adá fue madre de Iabal, el antepasado de los que viven en campamentos y crían ganado.
El nombre de su hermano era Iubal, el antepasado de los que tocan la lira y la flauta.
Silá, por su parte, fue madre de Tubal Caín, el antepasado de los forjadores de bronce y de los herreros. Naamá fue hermana de Tubal Caín.
Lamec dijo a sus mujeres: "¡Adá y Silá, escuchen mi voz: mujeres de Lamec, oigan mi palabra! Yo maté a un hombre por una herida, y a un muchacho por una contusión.
Porque Caín será vengado siete veces, pero Lamec lo será setenta y siete".
Adán se unió a su mujer, y ella tuvo un hijo, al que puso el nombre de Set, diciendo: "Dios me dio otro descendiente en lugar de Abel, porque Caín lo mató".
También Set tuvo un hijo, al que llamó Enós. Fue entonces cuando se comenzó a invocar el nombre del Señor.

Capítulo 5
La lista de los descendientes de Adán es la siguiente: Cuando Dios creó al hombre, lo hizo semejante a él.
Y al crearlos, los hizo varón y mujer, los bendijo y los llamó Hombre.
Adán tenía ciento treinta años cuando engendró un hijo semejante a él, según su imagen, y le puso el nombre de Set.
Después que nació Set, Adán vivió ochocientos años y tuvo hijos e hijas.
Adán vivió en total novecientos treinta años, y al cabo de ellos murió.
Set tenía ciento cinco años cuando fue padre de Enós.
Después que nació Enós, Set vivió ochocientos siete años y tuvo hijos e hijas.
Set vivió en total novecientos doce años, y al cabo de ellos murió.
Enós tenía noventa años cuando fue padre de Quenán.
Después que nació Quenán, Enós vivió ochocientos quince años y tuvo hijos e hijas.
Enós vivió en total novecientos cinco años, y al cabo de ellos murió.
Quenán tenía setenta años cuando fue padre de Mahalalel.
Después que nació Mahalalel, Quenán vivió ochocientos cuarenta años y tuvo hijos e hijas.
Quenán vivió en total novecientos diez años y al cabo de ellos murió.
Mahalalel tenía setenta y cinco años cuando fue padre de Iéred.
Después que nació Iéred, Mahalalel vivió ochocientos treinta años y tuvo hijos e hijas.
Mahalalel vivió en total ochocientos noventa y cinco años, y al cabo de ellos murió.
Iéred tenía ciento sesenta y dos años cuando fue padre de Henoc.
Después que nació Henoc, Iéred vivió ochocientos años y tuvo hijos e hijas.
Iéred vivió en total novecientos sesenta y dos años, y al cabo de ellos murió.
Henoc tenía sesenta y cinco años cuando fue padre de Matusalén.
Henoc siguió los caminos de Dios. Después que nació Matusalén, Henoc vivió trescientos años y tuvo hijos e hijas.
Henoc vivió en total trescientos sesenta y cinco años.
Siguió siempre los caminos de Dios, y luego desapareció porque Dios se lo llevó.
Matusalén tenía ciento ochenta y siete años cuando fue padre de Lamec.
Después que nació Lamec, Matusalén vivió setecientos ochenta y dos años y tuvo hijos e hijas.
Matusalén vivió en total novecientos sesenta y nueve años, y al cabo de ellos murió.
Lamec tenía ciento ochenta y dos años cuando fue padre de un hijo,
al que llamó Noé, diciendo: "Este nos dará un alivio en nuestro trabajo y en la fatiga de nuestras manos, un alivio proveniente del suelo que maldijo el Señor".
Después que nació Noé, Lamec vivió quinientos noventa y cinco años y tuvo hijos e hijas.
Lamec vivió en total setecientos setenta y siete años, y al cabo de ellos murió.
Noé tenía quinientos años cuando fue padre de Sem, Cam y Jafet.

Capítulo 6
Cuando los hombres comenzaron a multiplicarse sobre la tierra y les nacieron hijas,
los hijos de Dios vieron que estas eran hermosas, y tomaron como mujeres a todas las que quisieron.
Entonces el Señor dijo: "Mi espíritu no va a permanecer activo para siempre en el hombre, porque este no es más que carne; por eso no vivirá más de ciento veinte años".
En aquellos días –y aún después– cuando los hijos de Dios se unieron con las hijas de los hombres y ellas tuvieron hijos, había en la tierra gigantes: estos fueron los héroes famosos de la antigüedad.
Cuando el Señor vio qué grande era la maldad del hombre en la tierra y cómo todos los designios que forjaba su mente tendían constantemente al mal,
se arrepintió de haber hecho al hombre sobre la tierra, y sintió pesar en su corazón.
Por eso el Señor dijo: "Voy a eliminar de la superficie del suelo a los hombres que he creado –y junto con ellos a las bestias, los reptiles y los pájaros del cielo– porque me arrepiento de haberlos hecho".
Pero Noé fue agradable a los ojos del Señor.
Noé era un hombre justo, irreprochable entre sus contemporáneos, y siguió siempre los caminos de Dios.
Tuvo tres hijos: Sem, Cam y Jafet.
Pero la tierra estaba pervertida a los ojos de Dios y se había llenado de violencia.
Al ver que la tierra se había pervertido, porque todos los hombres tenían una conducta depravada,
Dios dijo a Noé: "He decidido acabar con todos los mortales, porque la tierra se ha llenado de violencia a causa de ellos. Por eso los voy a destruir junto con la tierra.
Constrúyete un arca de madera resinosa, divídela en compartimentos, y recúbrela con betún por dentro y por fuera.
Deberás hacerla así: el arca tendrá ciento cincuenta metros de largo, treinta de ancho y quince de alto.
También le harás un tragaluz y lo terminarás a medio metro de la parte superior. Pondrás la puerta al costado del arca y harás un primero, un segundo y un tercer piso.
Yo voy a enviar a la tierra las aguas del Diluvio, para destruir completamente a todos los seres que tienen un aliento de vida: todo lo que hay en la tierra perecerá.
Pero contigo estableceré mi alianza: tú entrarás en el arca con tus hijos, tu mujer y las mujeres de tus hijos.
También harás entrar en el arca una pareja de cada especie de seres vivientes, de todo lo que es carne, para que sobrevivan contigo; deberán ser un macho y una hembra.
Irá contigo una pareja de cada especie de pájaros, de ganado y de reptiles, para que puedan sobrevivir.
Además, recoge víveres de toda clase y almacénalos, para que te sirvan de alimento, a ti y a ellos".
Así lo hizo Noé, cumpliendo exactamente todo lo que Dios le había mandado.

Capítulo 7
Entonces el Señor dijo a Noé: "Entra en el arca, junto con toda tu familia, porque he visto que eres el único verdaderamente justo en medio de esta generación.
Lleva siete parejas de todas las especies de animales puros y una pareja de los impuros, los machos con sus hembras
–también siete parejas de todas las clases de pájaros– para perpetuar sus especies sobre la tierra.
Porque dentro de siete días haré llover durante cuarenta días y cuarenta noches, y eliminaré de la superficie de la tierra a todos los seres que hice".
Y Noé cumplió la orden que Dios le dio.
Cuando las aguas del Diluvio se precipitaron sobre la tierra, Noé tenía seiscientos años.
Entonces entró en el arca con sus hijos, su mujer y las mujeres de sus hijos, para salvarse de las aguas del Diluvio.
Y los animales puros, los impuros, los pájaros y todos los seres que se arrastran por el suelo,
entraron por parejas con él en el arca, como Dios se los había mandado.
A los siete días, las aguas del Diluvio cayeron sobre la tierra.
Noé tenía seiscientos años, y era el decimoséptimo día del segundo mes. Ese día, desbordaron las fuentes del gran océano y se abrieron las cataratas del cielo.
Y una fuerte lluvia cayó sobre la tierra durante cuarenta días y cuarenta noches.
Ese mismo día, habían entrado en el arca Noé, sus hijos, Sem, Cam y Jafet, su mujer y las tres mujeres de sus hijos;
y junto con ellos, los animales de todas las especies: las fieras, el ganado, los reptiles, los pájaros y todos los demás animales con alas.
Todas las clases de seres que están animados por un aliento de vida entraron con Noé en el arca; y lo hicieron por parejas,
machos y hembras, como Dios se lo había ordenado. Entonces el Señor cerró el arca detrás de Noé.
El Diluvio se precipitó sobre la tierra durante cuarenta días. A medida que las aguas iban creciendo, llevaban el arca hacia arriba, y esta se elevó por encima de la tierra.
Las aguas subían de nivel y crecían desmesuradamente sobre la tierra, mientras el arca flotaba en la superficie.
Así continuaron subiendo cada vez más, hasta que en todas partes quedaron sumergidas las montañas, incluso las más elevadas.
El nivel de las aguas subió más de siete metros por encima de las montañas.
Entonces perecieron todos los seres que se movían sobre la tierra: los pájaros, el ganado, las fieras, todos los animales que se arrastran por el suelo, y también los hombres.
Murió todo lo que tenía un aliento de vida en sus narices, todo lo que estaba sobre el suelo firme.
Así fueron eliminados todos los seres que había en la tierra, desde el hombre hasta el ganado, los reptiles y los pájaros del cielo. Sólo quedó Noé y los que estaban con él en el arca.
Y las aguas inundaron la tierra por espacio de ciento cincuenta días.

Capítulo 8
Entonces Dios se acordó de Noé y de todos los animales salvajes y domésticos que estaban con él en el arca. Hizo soplar un viento sobre la tierra, y las aguas empezaron a bajar.
Se cerraron las fuentes del océano y las compuertas del cielo, y cesó la fuerte lluvia que caía del cielo.
Poco a poco las aguas se fueron retirando de la tierra; y al cabo de ciento cincuenta días ya habían disminuido tanto,
que el decimoséptimo día del séptimo mes, el arca se detuvo sobre las montañas de Ararat.
Así continuaron disminuyendo paulatinamente hasta el décimo mes; y el primer día del décimo mes aparecieron las cimas de las montañas.
Al cabo de cuarenta días, Noé abrió la ventana que había hecho en el arca,
y soltó un cuervo, el cual revoloteó, yendo y viniendo hasta que la tierra estuvo seca.
Después soltó una paloma, para ver si las aguas ya habían bajado.
Pero la paloma no pudo encontrar un lugar donde apoyarse, y regresó al arca porque el agua aún cubría toda la tierra. Noé extendió su mano, la tomó y la introdujo con él en el arca.
Luego esperó siete días más, y volvió a soltar la paloma fuera del arca.
Esta regresó al atardecer, trayendo en su pico una rama verde de olivo. Así supo Noé que las aguas habían terminado de bajar.
Esperó otros siete días y la soltó nuevamente. Pero esta vez la paloma no volvió.
La tierra comenzó a secarse en el año seiscientos uno de la vida de Noé, el primer día del mes. Noé retiró el techo del arca, y vio que la tierra se estaba secando.
Y el vigesimoséptimo día del mes, la tierra ya estaba seca.
Entonces Dios dijo a Noé:
"Sal del arca con tu mujer, tus hijos y las mujeres de tus hijos.
Saca también a todos los seres vivientes que están contigo –aves, ganado o cualquier clase de animales que se arrastran por el suelo– y que ellos llenen la tierra, sean fecundos y se multipliquen".
Noé salió acompañado de sus hijos, de su mujer y de las mujeres de sus hijos.
Todo lo que se mueve por el suelo: todas las bestias, todos los reptiles y todos los pájaros salieron del arca, un grupo detrás de otro.
Luego Noé levantó un altar al Señor, y tomando animales puros y pájaros puros de todas clases, ofreció holocaustos sobre el altar.
Cuando el Señor aspiró el aroma agradable, se dijo a sí mismo: "Nunca más volveré a maldecir el suelo por causa del hombre, porque los designios del corazón humano son malos desde su juventud; ni tampoco volveré a castigar a todos los seres vivientes, como acabo de hacerlo.
De ahora en adelante, mientras dure la tierra, no cesarán la siembra y la cosecha, el frío y el calor, el verano y el invierno, el día y la noche".

Capítulo 9
Entonces Dios bendijo a Noé y a sus hijos, diciéndoles: "Sean fecundos, multiplíquense y llenen la tierra.
Ante ustedes sentirán temor todos los animales de la tierra y todos los pájaros del cielo, todo lo que se mueve por el suelo, y todos los peces del mar: ellos han sido puestos en manos de ustedes.
Todo lo que se mueve y tiene vida les servirá de alimento; yo les doy todo eso como antes les di los vegetales.
Sólo se abstendrán de comer la carne con su vida, es decir, con su sangre.
Y yo pediré cuenta de la sangre de cada uno de ustedes: pediré cuenta de ella a todos los animales, y también pediré cuenta al hombre de la vida de su prójimo.
Otro hombre derramará la sangre de aquel que derrame sangre humana, porque el hombre ha sido creado a imagen de Dios.
Ustedes, por su parte, sean fecundos y multiplíquense, llenen la tierra y domínenla".
Y Dios siguió diciendo a Noé y a sus hijos:
"Además, yo establezco mi alianza con ustedes, con sus descendientes,
y con todos los seres vivientes que están con ustedes: con los pájaros, el ganado y las fieras salvajes; con todos los animales que salieron del arca, en una palabra, con todos los seres vivientes que hay en la tierra.
Yo estableceré mi alianza con ustedes: los mortales ya no volverán a ser exterminados por las aguas del Diluvio, ni habrá otro Diluvio para devastar la tierra".
Dios añadió: "Este será el signo de la alianza que establezco con ustedes, y con todos los seres vivientes que los acompañan, para todos los tiempos futuros:
yo pongo mi arco en las nubes, como un signo de mi alianza con la tierra.
Cuando cubra de nubes la tierra y aparezca mi arco entre ellas,
me acordaré de mi alianza con ustedes y con todos los seres vivientes, y no volverán a precipitarse las aguas del Diluvio para destruir a los mortales.
Al aparecer mi arco en las nubes, yo lo veré y me acordaré de mi alianza eterna con todos los seres vivientes que hay sobre la tierra.
Este, dijo Dios a Noé, es el signo de la alianza que establecí con todos los mortales".
Los hijos de Noé que salieron del arca fueron Sem, Cam y Jafet. Cam es el padre de Canaán.
A partir de estos tres hijos de Noé, se pobló toda la tierra.
Noé se dedicó a la agricultura y fue el primero que plantó una viña.
Pero cuando bebió vino, se embriagó y quedó tendido en medio de su carpa, completamente desnudo. # Cam, el padre de Canaán, al ver a su padre desnudo, fue a contárselo a sus hermanos, que estaban afuera.
Entonces Sem y Jafet tomaron un manto, se lo pusieron los dos sobre la espalda y, caminando hacia atrás, cubrieron la desnudez de su padre. Como sus rostros miraban en sentido contrario, no vieron a su padre desnudo.
Cuando Noé despertó de su embriaguez y se enteró de lo que había hecho su hijo menor,
dijo: "¡Maldito sea Canaán! Él será para sus hermanos el último de los esclavos".
Y agregó: "Bendito sea el Señor, Dios de Sem, y que Canaán sea su esclavo.
Que Dios abra camino a Jafet, para que habite entre los campamentos de Sem; y que Canaán sea su esclavo".
Después del Diluvio, Noé vivió trescientos cincuenta años,
y en total, vivió novecientos cincuenta años. Al cabo de ellos, murió.

Capítulo 10
Los descendientes de los tres hijos de Noé, Sem, Cam y Jafet –que tuvieron hijos después del Diluvio– fueron los siguientes:
Los hijos de Jafet fueron Gómer, Magog, Madai, Javán, Tubal, Mésec y Tirás.
Los hijos de Gómer fueron Asquenaz, Rifat y Togarmá.
Los hijos de Javán fueron Elisá, Tarsis, los Quitím y los Rodaním.
Estos fueron los hijos de Jafet, y a partir de ellos, se expandieron las naciones marítimas por sus respectivos territorios, cada una con su lengua, sus clanes y sus nacionalidades.
Los hijos de Cam fueron Cus, Misraim, Put y Canaán.
Los hijos de Cus fueron Sebá, Javilá, Sabtá, Ramá y Sabtecá. Los hijos de Ramá fueron Sebá y Dedán.
Cus fue padre de Nemrod, que llegó a ser el primer guerrero sobre la tierra.
Él fue un valiente cazador delante del Señor. Por eso se dice: "Valiente cazador delante del Señor como Nemrod".
Babilonia, Erec y Acad –todas ellas están en la región de Senaar– fueron el núcleo inicial de su reino.
De esa región salió para Asur, y edificó Nínive, con sus plazas urbanas, Calaj,
y Resen, entre Nínive y Calaj. Está última era la capital.
Misraim fue padre de los pobladores de Lud, Anám, Lehab, Naftuj,
Patrós y Casluj, y también de los pobladores de Caftor, de donde salieron los filisteos.
Canaán fue padre de Sidón, su primogénito, y de Het;
también de los jebuseos, de los amorreos, de los guirgasitas,
de los jivitas, de los arqueos, de los sineos,
de los arvaditas, de los semaritas y de los jamateos. Más tarde se expandieron los clanes de los cananeos,
y sus fronteras llegaron desde Sidón hasta Gaza por el camino de Guerar; y hasta Lesa, yendo hacia Sodoma, Gomorra, Admá y Seboím.
Estos fueron los hijos de Cam, según sus clanes y sus lenguas, con sus respectivos territorios y nacionalidades.
También le nacieron hijos a Sem, el padre de todos los hijos de Eber y el hermano mayor de Jafet.
Los hijos de Sem fueron Elám, Asur, Arpaxad, Lud y Arám.
Los hijos de Arám fueron Us, Jul, Guéter y Mas.
Arpaxad fue padre de Sélaj y este fue padre de Eber.
Eber tuvo dos hijos: el nombre del primero era Péleg, porque en su tiempo se dividió la tierra. Su hermano se llamaba Ioctán.
Ioctán fue padre de Almodad, Sélef, Jasarmávet, Iéraj,
Hadorám, Uzal, Diclá, 28 Obal, Abimael, Sebá,
Ofir, Javilá y Iobab. Todos estos fueron hijos de Ioctán.
Los lugares donde residieron se extendían desde Mesa, en dirección a Sefar, hasta la montaña de Oriente.
Estos fueron los hijos de Sem, según sus clanes y sus lenguas, con sus respectivos territorios y nacionalidades.
Estos fueron los clanes de los hijos de Noé, según sus orígenes y nacionalidades. A partir de ellos, las naciones se expandieron sobre la tierra después del Diluvio.

Capítulo 11
Todo el mundo hablaba una misma lengua y empleaba las mismas palabras.
Y cuando los hombres emigraron desde Oriente, encontraron una llanura en la región de Senaar y se establecieron allí.
Entonces se dijeron unos a otros: "¡Vamos! Fabriquemos ladrillos y pongámolos a cocer al fuego". Y usaron ladrillos en lugar de piedra, y el asfalto les sirvió de mezcla.
Después dijeron: "Edifiquemos una ciudad, y también una torre cuya cúspide llegue hasta el cielo, para perpetuar nuestro nombre y no dispersarnos por toda la tierra".
Pero el Señor bajó a ver la ciudad y la torre que los hombres estaban construyendo,
y dijo: "Si esta es la primera obra que realizan, nada de lo que se propongan hacer les resultará imposible, mientras formen un solo pueblo y todos hablen la misma lengua.
Bajemos entonces, y una vez allí, confundamos su lengua, para que ya no se entiendan unos a otros".
Así el Señor los dispersó de aquel lugar, diseminándolos por toda la tierra, y ellos dejaron de construir la ciudad.
Por eso se llamó Babel: allí, en efecto, el Señor confundió la lengua de los hombres y los dispersó por toda la tierra.
Esta es la descendencia de Sem: Sem tenía cien años cuando fue padre de Arpaxad, dos años después del Diluvio.
Después que nació Arpaxad, Sem, vivió quinientos años, y tuvo hijos e hijas.
A los treinta y cinco años, Arpaxad fue padre de Sélaj.
Después que nació Sélaj, Arpaxad vivió cuatrocientos tres años, y tuvo hijos e hijas.
A los treinta años Sélaj fue padre de Eber.
Después que nació Eber, Sélaj vivió cuatrocientos tres años, y tuvo hijos e hijas.
A los treinta y cuatro años, Eber fue padre de Péleg.
Después que nació Péleg, Eber vivió cuatrocientos treinta años, y tuvo hijos e hijas.
A los treinta años, Péleg fue padre de Reú.
Después que nació Reú, Péleg vivió doscientos nueve años, y tuvo hijos e hijas.
A los treinta y dos años, Reú fue padre de Serug.
Después que nació Serug, Reú vivió doscientos siete años y tuvo hijos e hijas.
A los treinta años, Serug fue padre de Najor.
Después que nació Najor, Serug vivió doscientos años, y tuvo hijos e hijas.
A los veintinueve años, Najor fue padre de Téraj.
Después que nació Téraj, Najor vivió ciento diecinueve años, y tuvo hijos e hijas.
A los setenta años, Téraj fue padre de Abrám, Najor y Harán.
Esta es la descendencia de Téraj: Téraj fue padre de Abrám, Najor y Harán. Harán fue padre de Lot,
y murió en Ur de los caldeos, su país natal, mientras Téraj, su padre, aún vivía.
Abrám y Najor se casaron. La esposa de Abrám se llamaba Sarai, y la de Najor, Milcá. Esta era hija de Harán, el padre de Milcá y de Iscá.
Sarai era estéril y no tenía hijos.
Téraj reunió a su hijo Abrám, a su nieto Lot, el hijo de Harán, y a su nuera Sarai, la esposa de su hijo Abrám, y salieron todos juntos de Ur de los caldeos para dirigirse a Canaán. Pero cuando llegaron a Jarán, se establecieron allí.
Téraj vivió doscientos años, y murió en Jarán.

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Capítulo 12
El Señor dijo a Abrám: "Deja tu tierra natal y la casa de tu padre, y ve al país que yo te mostraré.
Yo haré de ti una gran nación y te bendeciré; engrandeceré tu nombre y serás una bendición.
Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré al que te maldiga, y por ti se bendecirán todos los pueblos de la tierra".
Abrám partió, como el Señor se lo había ordenado, y Lot se fue con él. Cuando salió de Jarán, Abrám tenía setenta y cinco años.
Tomó a su esposa Sarai, a su sobrino Lot, con todos los bienes que habían adquirido y todas las personas que habían reunido en Jarán, y se encaminaron hacia la tierra de Canaán. Al llegar a Canaán,
Abrám recorrió el país hasta el lugar santo de Siquém, hasta la encina de Moré. En ese tiempo, los cananeos ocupaban el país.
Entonces el Señor se apareció a Abrám y le dijo: "Yo daré esta tierra a tu descendencia". Allí Abrám erigió un altar al Señor, que se le había aparecido.
Después se trasladó hasta la región montañosa que está al este de Betel, y estableció su campamento, entre Betel, que quedaba al oeste, y Ai, al este. También allí erigió un altar al Señor e invocó su Nombre.
Luego siguió avanzando por etapas hasta el Négueb.
Entonces hubo hambre en aquella región, y Abrám bajó a Egipto para establecerse allí por un tiempo, porque el hambre acosaba al país.
Cuando estaba por llegar a Egipto, dijo a Sarai, su mujer: "Yo sé que eres una mujer hermosa.
Por eso los egipcios, apenas te vean, dirán: ‘Es su mujer’ , y me matarán, mientras que a ti te dejarán con vida.
Por favor, di que eres mi hermana. Así yo seré bien tratado en atención a ti, y gracias a ti, salvaré mi vida".
Cuando Abrám llegó a Egipto, los egipcios vieron que su mujer era muy hermosa,
y los oficiales de la corte, que también la vieron, la elogiaron ante el Faraón. Entonces fue llevada al palacio del Faraón.
En atención a ella, Abrám fue tratado deferentemente y llegó a tener ovejas, vacas, asnos, esclavos, sirvientas, asnas y camellos.
Pero el Señor infligió grandes males al Faraón y a su gente, por causa de Sarai, la esposa de Abrám.
El Faraón llamó a Abrám y le dijo: "¿Qué me has hecho? ¿Por qué no me advertiste que era tu mujer?
¿Por qué dijiste que era tu hermana, dando lugar a que yo la tomara por esposa? Ahí tienes a tu mujer: tómala y vete".
Después el Faraón dio órdenes a sus hombres acerca de Abrám, y ellos lo hicieron salir junto con su mujer y todos sus bienes.

Capítulo 13
Desde Egipto, Abrám subió al Négueb, llevando consigo a su esposa y todos sus bienes. También Lot iba con él.
Abrám tenía muchas riquezas en ganado, plata y oro.
Después siguió avanzando por etapas desde el Négueb hasta Betel, hasta el lugar donde había acampado al comienzo, entre Betel y Ai,
donde estaba el altar que había erigido la primera vez. Allí Abrám invocó el nombre del Señor.
Lot, que acompañaba a Abrám, también tenía ovejas, vacas y carpas.
Y como los dos tenían demasiadas riquezas, no había espacio suficiente para que pudieran habitar juntos.
Por eso, se produjo un altercado entre los pastores de Abrám y los de Lot. En ese tiempo, los cananeos y los perizitas ocupaban el país.
Abrám dijo a Lot: "No quiero que haya altercados entre nosotros dos, ni tampoco entre tus pastores y los míos, porque somos hermanos.
¿No tienes todo el país por delante? Sepárate de mí: si tú vas hacia la izquierda, yo iré hacia la derecha; y si tú vas hacia la derecha, yo iré hacia la izquierda".
Lot dirigió una mirada a su alrededor, y vio que toda la región baja del Jordán, hasta llegar a Soar, estaba tan bien regada como el Jardín del Señor o como la tierra de Egipto. Esto era antes que el Señor destruyera a Sodoma y Gomorra.
Entonces Lot eligió para sí toda la región baja del Jordán y se dirigió hacia el este. Así se separaron el uno del otro:
Abrám permaneció en Canaán, mientras que Lot se estableció entre las ciudades de la región baja, poniendo su campamento cerca de Sodoma.
Pero los habitantes de Sodoma eran perversos y pecaban gravemente contra el Señor.
El Señor dijo a Abrám, después que Lot se separó de él: "Levanta los ojos, y desde el lugar donde éstas, mira hacia el norte y el sur, hacia el este y el oeste,
porque toda la tierra que alcances a ver, te la daré a ti y a tu descendencia para siempre.
Yo haré que tu descendencia sea numerosa como el polvo de la tierra. Si alguien puede contar los granos de polvo, también podrá contar tu descendencia.
Ahora recorre el país a lo largo y a lo ancho, porque yo te lo daré".
Entonces Abrám trasladó su campamento y fue a establecerse junto al encinar de Mamré, que está en Hebrón. Allí erigió un altar al Señor.

Capítulo 14
En tiempos de Amrafel, rey de Senaar, de Arioc, rey de Elasar, de Quedorlaomer, rey de Elám, y de Tidal, rey de Goím,
estos hicieron la guerra contra Berá, rey de Sodoma, Birsá, rey de Gomorra, Sinab, rey de Admá, Zeméber, rey de Seboím, y contra el rey de Belá, es decir, de Soar.
Todos ellos se concentraron en el valle de Sidím, que ahora es el mar de la Sal.
Durante doce años, habían estado sometidos a Quedorlaomer, pero al decimotercer año se rebelaron.
Y en el decimocuarto año, Quedorlaomer y los reyes que los acompañaban llegaron y derrotaron a los refaítas en Asterot Carnaim, a los zuzíes en Ham, a los emíes en la llanura de Quiriataim,
y a los hurritas en las montañas de Seír, cerca de El Parán, en el límite con el desierto.
Luego dieron vuelta hasta En Mispat –actualmente Cades– y sometieron todo el territorio de los amalecitas, y también a los amorreos que habitaban en Hasasón Tamar.
Entonces el rey de Sodoma, el rey de Gomorra, el rey de Admá, el rey de Seboím, y el rey de Belá –o Soar– avanzaron y presentaron batalla en el valle de Sidím
a Quedorlaomer, rey de Elám, a Tidal, rey de Goím, a Amrafel, rey de Senaar, y a Arioc, rey de Elasar. Eran cuatro reyes contra cinco.
El valle de Sidím estaba lleno de pozos de asfalto. Al huir, los reyes de Sodoma y Gomorra cayeron en ellos, mientras que los demás escaparon a las montañas.
Los invasores se apoderaron de todos los bienes de Sodoma y Gomorra, y también de sus víveres. Y cuando partieron,
se llevaron a Lot, el sobrino de Abrám con toda su hacienda, porque él vivía entonces en Sodoma.
Un fugitivo llevó la noticia a Abrám, el hebreo, que estaba acampado en el encinar de Mamré, el amorreo, hermano de Escol y de Aner; estos, a su vez, eran aliados de Abrám.
Al enterarse de que su pariente Lot había sido llevado cautivo, Abrám reclutó a la gente que estaba a su servicio –trescientos dieciocho hombres nacidos en su casa– y persiguió a los invasores hasta Dan.
Él y sus servidores los atacaron de noche, y después de derrotarlos, los persiguieron hasta Jobá, al norte de Damasco.
Así Abrám recuperó todos los bienes, lo mismo que a su pariente Lot con su hacienda, las mujeres y la gente.
Cuando Abrám volvía de derrotar a Quedorlaomer y a los reyes que lo acompañaban, el rey de Sodoma salió a saludarlo en el valle de Savé, o sea el valle del Rey.
Y Melquisedec, rey de Salém, que era sacerdote de Dios, el Altísimo, hizo traer pan y vino,
y bendijo a Abrám, diciendo: "¡Bendito sea Abrám de parte de Dios, el Altísimo,creador del cielo y de la tierra!
¡Bendito sea Dios, el Altísimo, que entregó a tus enemigos en tus manos!". Y Abrám le dio el diezmo de todo.
Entonces el rey de Sodoma dijo a Abrám: "Entrégame a las personas y quédate con los bienes".
Pero Abrám le respondió: "Yo he jurado al Señor Dios, el Altísimo, creador del cielo y de la tierra,
que no tomaré nada de lo que te pertenece: ni siquiera el hilo o la correa de una sandalia. Así no podrás decir: ‘Yo enriquecí a Abrám’.
No quiero nada para mí, fuera de lo que mis servidores han comido. Solamente los hombres que me han acompañado, Aner, Escol y Mamré, recibirán su parte".

Capítulo 15
Después de estos acontecimientos, la palabra del Señor llegó a Abrám en una visión, en estos términos: "No temas, Abrám. Yo soy para ti un escudo. Tu recompensa será muy grande".
"Señor, respondió Abrám, ¿para qué me darás algo, si yo sigo sin tener hijos, y el heredero de mi casa será Eliezer de Damasco?".
Después añadió: "Tú no me has dado un descendiente, y un servidor de mi casa será mi heredero".
Entonces el Señor le dirigió esta palabra: "No, ese no será tu heredero; tu heredero será alguien que nacerá de ti".
Luego lo llevó afuera y continuó diciéndole: "Mira hacia el cielo y, si puedes, cuenta las estrellas". Y añadió: "Así será tu descendencia".
Abrám creyó en el Señor, y el Señor se lo tuvo en cuenta para su justificación.
Entonces el Señor le dijo: "Yo soy el Señor que te hice salir de Ur de los caldeos para darte en posesión esta tierra".
"Señor, respondió Abrám, ¿cómo sabré que la voy a poseer?".
El Señor le respondió: "Tráeme una ternera, una cabra y un carnero, todos ellos de tres años, y también una tórtola y un pichón de paloma".
Él trajo todos estos animales, los cortó por la mitad y puso cada mitad una frente a otra, pero no dividió los pájaros.
Las aves de rapiña se abalanzaron sobre los animales muertos, pero Abrám las espantó.
Al ponerse el sol, Abrám cayó en un profundo sueño, y lo invadió un gran temor, una densa oscuridad.
El Señor le dijo: "Tienes que saber que tus descendientes emigrarán a una tierra extranjera. Allí serán esclavizados y maltratados durante cuatrocientos años.
Pero yo juzgaré a la nación que los esclavizará, y después saldrán cargados de riquezas.
Tú, en cambio, irás en paz a reunirte con tus padres, y serás sepultado después de una vejez feliz.
Sólo a la cuarta generación tus descendientes volverán aquí, porque hasta ahora no se ha colmado la iniquidad de los amorreos".
Cuando se puso el sol y estuvo completamente oscuro, un horno humeante y una antorcha encendida pasaron en medio de los animales descuartizados.
Aquel día, el Señor hizo una alianza con Abrám diciendo: "Yo he dado esta tierra a tu descendencia, desde el Torrente de Egipto hasta el Gran Río, el río Éufrates:
los quenitas, los quenizitas, los cadmonitas,
los hititas, los perizitas, los refaím,
los amorreos, los cananeos, los guirgasitas y los jebuseos".

Capítulo 16
Sarai, la esposa de Abrám, no le había dado ningún hijo. Pero ella tenía una esclava egipcia llamada Agar.
Sarai dijo a Abrám: "Ya que el Señor me impide ser madre, únete a mi esclava. Tal vez por medio de ella podré tener hijos". Y Abrám accedió al deseo de Sarai.
Ya hacía diez años que Abrám vivía en Canaán, cuando Sarai, su esposa, le dio como mujer a Agar, la esclava egipcia.
Él se unió con Agar y ella concibió un hijo. Al ver que estaba embarazada, comenzó a mirar con desprecio a su dueña.
Entonces Sarai dijo a Abrám: "Que mi afrenta recaiga sobre ti. Yo misma te entregué a mi esclava, y ahora, al ver que está embarazada, ella me mira con desprecio. El Señor sea nuestro juez, el tuyo y el mío".
Abrám respondió a Sarai: "Puedes disponer de tu esclava. Trátala como mejor te parezca". Entonces Sarai la humilló de tal manera, que ella huyó de su presencia.
El Ángel del Señor la encontró en el desierto, junto a un manantial –la fuente que está en el camino a Sur–
y le preguntó: "Agar, esclava de Sarai, ¿de dónde vienes y adónde vas?". "Estoy huyendo de Sarai, mi dueña", le respondió ella.
Pero el Ángel del Señor le dijo: "Vuelve con tu dueña y permanece sometida a ella".
Luego añadió: "Yo multiplicaré de tal manera el número de tus descendientes, que nadie podrá contarlos".
Y el Ángel del Señor le siguió diciendo: "Tú has concebido y darás a luz un hijo, al que llamarás Ismael, porque el Señor ha escuchado tu aflicción.
Más que un hombre, será un asno salvaje: alzará su mano contra todos y todos la alzarán contra él; y vivirá enfrentado a todos sus hermanos".
Agar llamó al Señor, que le había hablado, con este nombre: "Tú eres El Roí, que significa ‘Dios se hace visible’", porque ella dijo: "¿No he visto yo también a aquel que me ve?".
Por eso aquel pozo, que se encuentra entre Cades y Bered, se llamó Pozo de Lajai Roí, que significa "Pozo del Viviente que me ve".
Después Agar dio a Abrám un hijo, y Abrám lo llamó Ismael.
Cuando Agar lo hizo padre de Ismael, Abrám tenía ochenta y seis años.

Capítulo 17
Cuando Abrám tenía noventa y nueve años, el Señor se le apareció y le dijo: "Yo soy el Dios Todopoderoso. Camina en mi presencia y sé irreprochable.
Yo haré una alianza contigo, y te daré una descendencia muy numerosa".
Abrám cayó con el rostro en tierra, mientras Dios le seguía diciendo:
"Esta será mi alianza contigo: tú serás el padre de una multitud de naciones.
Y ya no te llamarás más Abrám: en adelante tu nombre será Abraham, para indicar que yo te he constituido padre de una multitud de naciones.
Te haré extraordinariamente fecundo: de ti suscitaré naciones, y de ti nacerán reyes.
Estableceré mi alianza contigo y con tu descendencia a través de las generaciones. Mi alianza será una alianza eterna, y así yo seré tu Dios y el de tus descendientes.
Yo te daré en posesión perpetua, a ti y a tus descendientes, toda la tierra de Canaán, esa tierra donde ahora resides como extranjero, y yo seré su Dios".
Después, Dios dijo a Abraham: "Tú, por tu parte, serás fiel a mi alianza; tú, y también tus descendientes, a lo largo de las generaciones.
Y esta es mi alianza con ustedes, a la que permanecerán fieles tú y tus descendientes: todos los varones deberán ser circuncidados.
Circuncidarán la carne de su prepucio, y ese será el signo de mi alianza con ustedes.
Al cumplir ocho días, serán circuncidados todos los varones de cada generación, tanto los nacidos en la casa como los que hayan sido comprados a un extranjero, a alguien que no es de tu sangre.
Sí, tanto los nacidos en tu casa como los que hayan sido comprados, serán circuncidados. Así ustedes llevarán grabada en su carne la señal de mi alianza eterna.
Y el incircunciso, aquel a quien no se haya cortado la carne de su prepucio, será excluido de su familia, porque ha quebrantado mi alianza".
También dijo Dios a Abraham: "A Sarai, tu esposa, no la llamarás más Sarai, sino que su nombre será Sara.
Yo la bendeciré y te daré un hijo nacido de ella, al que también bendeciré. De ella suscitaré naciones, y de ella nacerán reyes de pueblos".
Abraham cayó con el rostro en tierra, y se sonrió, pensando: "¿Se puede tener un hijo a los cien años? Y Sara, a los noventa, ¿podrá dar a luz?".
Entonces Abraham dijo a Dios: "Basta con que Ismael viva feliz bajo tu protección".
Pero Dios le respondió: "No, tu esposa Sara te dará un hijo, a quien pondrás el nombre de Isaac. Yo estableceré mi alianza con él y con su descendencia como una alianza eterna.
Sin embargo, también te escucharé en lo que respecta a Ismael: lo bendeciré, lo haré fecundo y le daré una descendencia muy numerosa; será padre de doce príncipes y haré de él una gran nación.
Pero mi alianza la estableceré con Isaac, el hijo que Sara te dará el año próximo, para esta misma época".
Y cuando terminó de hablar, Dios se alejó de Abraham.
Entonces Abraham tomó a su hijo Ismael y a todos los demás varones que estaban a su servicio –tanto los que habían nacido en su casa como los que había comprado– y aquel mismo día les circuncidó la carne del prepucio, conforme a la orden que Dios le había dado.
Cuando fueron circuncidados, Abraham tenía noventa y nueve años,
y su hijo Ismael, trece.
Abraham e Ismael fueron circuncidados el mismo día;
y todos los varones de su servidumbre, los nacidos en su casa y los comprados a extranjeros, fueron circuncidados junto con él.

Capítulo 18
El Señor se apareció a Abraham junto al encinar de Mamré, mientras él estaba sentado a la entrada de su carpa, a la hora de más calor.
Alzando los ojos, divisó a tres hombres que estaban parados cerca de él. Apenas los vio, corrió a su encuentro desde la entrada de la carpa y se inclinó hasta el suelo,
diciendo: "Señor mío, si quieres hacerme un favor, te ruego que no pases de largo delante de tu servidor.
Yo haré que les traigan un poco de agua. Lávense los pies y descansen a la sombra del árbol.
Mientras tanto, iré a buscar un trozo de pan, para que ustedes reparen sus fuerzas antes de seguir adelante. ¡Por algo han pasado junto a su servidor!". Ellos respondieron: "Está bien. Puedes hacer lo que dijiste".
Abraham fue rápidamente a la carpa donde estaba Sara y le dijo: "¡Pronto! Toma tres medidas de la mejor harina, amásalas y prepara unas tortas".
Después fue corriendo hasta el corral, eligió un ternero tierno y bien cebado, y lo entregó a su sirviente, que de inmediato se puso a prepararlo.
Luego tomó cuajada, leche y el ternero ya preparado, y se los sirvió. Mientras comían, él se quedó de pie al lado de ellos, debajo del árbol.
Ellos le preguntaron: "¿Dónde está Sara, tu mujer?". "Ahí en la carpa", les respondió.
Entonces uno de ellos le dijo: "Volveré a verte sin falta en el año entrante, y para ese entonces Sara habrá tenido un hijo". Mientras tanto, Sara había estado escuchando a la entrada de la carpa, que estaba justo detrás de él.
Abraham y Sara eran ancianos de edad avanzada, y los períodos de Sara ya habían cesado.
Por eso, ella rió en su interior, pensando: "Con lo vieja que soy, ¿volveré a experimentar el placer? Además, ¡mi marido es tan viejo!".
Pero el Señor dijo a Abraham: "¿Por qué se ha reído Sara, pensando que no podrá dar a luz, siendo tan vieja?
¿Acaso hay algo imposible para el Señor? Cuando yo vuelva a verte para esta época, en el año entrante, Sara habrá tenido un hijo".
Ella tuvo miedo, y trató de engañarlo, diciendo: "No, no me he reído". Pero él le respondió: "Sí, te has reído".
Después, los hombres salieron de allí y se dirigieron hacia Sodoma, y Abraham los acompañó para despedirlos.
Mientras tanto, el Señor pensaba: "¿Dejaré que Abraham ignore lo que ahora voy a realizar,
siendo así que él llegará a convertirse en una nación grande y poderosa, y que por él se bendecirán todas las naciones de la tierra?
Porque yo lo he elegido para que enseñe a sus hijos, y a su familia después de él, que se mantengan en el camino del Señor, practicando lo que es justo y recto. Así el Señor hará por Abraham lo que ha predicho acerca de él".
Luego el Señor añadió: "El clamor contra Sodoma y Gomorra es tan grande, y su pecado tan grave,
que debo bajar a ver si sus acciones son realmente como el clamor que ha llegado hasta mí. Si no es así, lo sabré".
Dos de esos hombres partieron de allí y se fueron hacia Sodoma, pero el Señor se quedó de pie frente a Abraham.
Entonces Abraham se le acercó y le dijo: "¿Así que vas a exterminar al justo junto con el culpable?
Tal vez haya en la ciudad cincuenta justos. ¿Y tú vas a arrasar ese lugar, en vez de perdonarlo por amor a los cincuenta justos que hay en él?
¡Lejos de ti hacer semejante cosa! ¡Matar al justo juntamente con el culpable, haciendo que los dos corran la misma suerte! ¡Lejos de ti! ¿Acaso el Juez de toda la tierra no va a hacer justicia?".
El Señor respondió: "Si encuentro cincuenta justos en la ciudad de Sodoma, perdonaré a todo ese lugar en atención a ellos".
Entonces Abraham dijo: "Yo, que no soy más que polvo y ceniza, tengo el atrevimiento de dirigirme a mi Señor.
Quizá falten cinco para que los justos lleguen a cincuenta. Por esos cinco ¿vas a destruir toda la ciudad?". "No la destruiré si encuentro allí cuarenta y cinco", respondió el Señor.
Pero Abraham volvió a insistir: "Quizá no sean más que cuarenta". Y el Señor respondió: "No lo haré por amor a esos cuarenta".
"Por favor, dijo entonces Abraham, que mi Señor no lo tome a mal si continúo insistiendo. Quizá sean solamente treinta". Y el Señor respondió: "No lo haré si encuentro allí a esos treinta".
Abraham insistió: "Una vez más, me tomo el atrevimiento de dirigirme a mi Señor. Tal vez no sean más que veinte". "No la destruiré en atención a esos veinte", declaró el Señor.
"Por favor, dijo entonces Abraham, que mi Señor no se enoje si hablo por última vez. Quizá sean solamente diez". "En atención a esos diez, respondió, no la destruiré".
Apenas terminó de hablar con él, el Señor se fue, y Abraham regresó a su casa.

Capítulo 19
Los dos ángeles llegaron a Sodoma al atardecer, mientras Lot estaba sentado a la puerta de la ciudad. Al verlos, se levantó para saludarlos, e inclinándose hasta el suelo,
les dijo: "Les ruego, señores, que vengan a pasar la noche en casa de este servidor. Lávense los pies, y mañana bien temprano podrán seguir viaje". "No, le respondieron ellos, pasaremos la noche en la plaza".
Pero él les insistió tanto, que al fin se fueron con él y se hospedaron en su casa. Lot les preparó una comida, hizo cocinar galletas sin levadura, y ellos comieron.
Aún no se habían acostado, cuando los hombres de la ciudad, los hombres de Sodoma, se agolparon alrededor de la casa. Estaba la población en pleno, sin excepción alguna, desde el más joven hasta el más viejo.
Entonces llamaron a Lot y le dijeron: "¿Dónde están esos hombres que vinieron a tu casa esta noche? Tráelos afuera para que tengamos relaciones con ellos".
Lot se presentó ante ellos a la entrada de la casa, y cerrando la puerta detrás de sí,
dijo: "Amigos, les suplico que no cometan esa ruindad.
Yo tengo dos hijas que todavía son vírgenes. Se las traeré, y ustedes podrán hacer con ellas lo que mejor les parezca. Pero no hagan nada a esos hombres, ya que se han hospedado bajo mi techo".
Ellos le respondieron: "Apártate de ahí". Y añadieron: "Este individuo no es más que un inmigrante, y ahora se pone a juzgar. A ti te trataremos peor que a ellos". Luego se abalanzaron violentamente contra Lot, y se acercaron para derribar la puerta.
Pero los dos hombres, sacando los brazos, llevaron a Lot adentro y cerraron la puerta.
Y a todos los que estaban a la entrada de la casa, pequeños y grandes, los hirieron con una luz enceguecedora, de manera que ya no pudieron abrirse paso.
Después los hombres preguntaron a Lot: "¿Tienes aquí algún otro pariente? Saca de este lugar a tus hijos e hijas y a cualquier otro de los tuyos que esté en la ciudad,
porque estamos a punto de destruir este lugar: ha llegado hasta la presencia del Señor un clamor tan grande contra esta gente, que él nos ha enviado a destruirlo".
Entonces Lot salió para comunicar la noticia a sus yernos, los que iban a casarse con sus hijas. "¡Pronto!, les dijo, abandonen este lugar, porque el Señor va a destruir la ciudad". Pero sus yernos pensaron que estaba bromeando.
Al despuntar el alba, los ángeles instaron a Lot, diciéndole: "¡Vamos! Saca a tu mujer y a tus dos hijas que están aquí, para que no seas aniquilado cuando la ciudad reciba su castigo".
Como él no salía de su asombro, los hombres lo tomaron de la mano, lo mismo que a su esposa y a sus dos hijas, y lo sacaron de la ciudad para ponerlo fuera de peligro, porque el Señor tuvo compasión de él.
Después que lo sacaron, uno de ellos dijo: "Huye, si quieres salvar la vida. No mires hacia atrás, ni te detengas en ningún lugar de la región baja. Escapa a las montañas, para no ser aniquilado".
Lot respondió: "No, por favor, Señor mío.
Tú has sido bondadoso con tu servidor y me has demostrado tu gran misericordia, salvándome la vida. Pero yo no podré huir a las montañas, sin que antes caigan sobre mí la destrucción y la muerte.
Aquí cerca hay una ciudad –es una población insignificante– donde podré refugiarme. Deja que me quede en ella, ya que es tan pequeña, y así estaré a salvo".
Entonces él le respondió: "Voy a complacerte una vez más: no destruiré la ciudad de la que hablas.
Pero apúrate; refúgiate en ella, porque no podré hacer nada hasta que llegues allí". Por eso la ciudad recibió el nombre de Soar, que significa "pequeño poblado".
Cuando el sol comenzó a brillar sobre la tierra, Lot entró en Soar.
Entonces el Señor hizo llover sobre Sodoma y Gomorra azufre y fuego que descendían del cielo.
Así destruyó esas ciudades y toda la extensión de la región baja, junto con los habitantes de las ciudades y la vegetación del suelo.
Y como la mujer de Lot miró hacia atrás, quedó convertida en una columna de sal.
A la madrugada del día siguiente, Abraham regresó al lugar donde había estado en la presencia del Señor.
Cuando dirigió su mirada hacia Sodoma, Gomorra y toda la extensión de la región baja, vio un humo que subía de la tierra, como el humo de un horno.
Así, cuando Dios destruyó las ciudades de la región baja, se acordó de Abraham, librando a Lot de la catástrofe con que arrasó las ciudades donde él había vivido.
Lot salió de Soar y subió a la montaña, donde se radicó con sus dos hijas, porque tuvo miedo de quedarse en Soar. Allí se instaló con ellas en una caverna.
Entonces la mayor dijo a la menor: "Nuestro padre está viejo y no hay ningún hombre en el país para que se una con nosotras como lo hace todo el mundo.
Emborrachémoslo con vino y acostémonos con él; así, por medio de nuestro padre, tendremos una descendencia".
Esa noche dieron de beber a su padre, y la mayor se acostó con él, sin que él se diera cuenta de lo que sucedía.
A la mañana siguiente, la mayor dijo a la menor: "Anoche me acosté con mi padre; emborrachémoslo otra vez esta noche, y acuéstate tú con él. Así tendremos una descendencia".
Esa noche volvieron a dar de beber a su padre, y la menor se acostó con él, sin que él se diera cuenta de lo que sucedía.
Las dos hijas de Lot quedaron embarazadas de su padre;
la mayor tuvo un hijo y lo llamó Moab, que es el padre de los actuales moabitas.
También la menor tuvo un hijo y lo llamó Ben Amí, que es el padre de los actuales amonitas.

Capítulo 20
Desde allí, Abraham se trasladó a la zona del Négueb y se estableció entre Cades y Sur. Después fue a Guerar, para quedarse allí por un tiempo.
Abraham decía de Sara, su esposa: "Es mi hermana". Entonces Abimélec, el rey de Guerar, mandó que le llevaran a Sara.
Pero esa noche, Dios se presentó en sueños a Abimélec y le dijo: "Tú vas a morir a causa de la mujer que has tomado, porque es casada".
Abimélec, que no había convivido con ella, le respondió: "Señor mío, ¿vas a quitarle la vida a una persona inocente?
¿Acaso su marido no me dijo que era su hermana? ¿Y ella no lo confirmó, diciendo que él era su hermano? Yo lo hice de buena fe y con las manos limpias".
Dios le respondió durante el sueño: "Ya sé que lo hiciste de buena fe. Por eso, yo mismo evité que pecaras contra mí, impidiendo que la tocaras.
Pero ahora, devuélvele la mujer a ese hombre. Él es un profeta, y va a interceder en tu favor, para que salves tu vida. Si no se la devuelves, ten la plena seguridad de que morirás, tú y todos los tuyos".
A la madrugada del día siguiente, Abimélec llamó a todos sus servidores y les contó lo que había sucedido. Y ellos sintieron un gran temor.
Entonces Abimélec llamó a Abraham y le dijo: "¿Qué nos has hecho? ¿En qué te he ofendido, para que nos expusieras, a mí y a mi reino, a cometer un pecado tan grave? Tú has hecho conmigo lo que no se debe".
Y añadió: "¿Qué te proponías al proceder de esa manera".
Abraham respondió: "Yo pensaba que seguramente en este lugar no había temor de Dios, y que me matarían a causa de mi mujer.
Por otra parte, ella es realmente mi hermana, hija de mi padre aunque no de mi madre, y se ha casado conmigo.
Por eso, cuando Dios me hizo andar errante, lejos de mi casa paterna, le dije: ‘Tienes que hacerme este favor: cualquiera sea el lugar donde lleguemos, dirás que soy tu hermano’".
Abimélec tomó ovejas y vacas, esclavos y esclavas, y se los dio a Abraham; y también le devolvió a Sara, su esposa.
Después le dijo: "Mi país está a tu disposición: radícate donde mejor te parezca".
Y a Sara le dijo: "He dado mil monedas de plata a tu hermano. Esto eliminará toda sospecha contra ti en aquellos que están contigo, y tú quedarás enteramente rehabilitada".
Abraham intercedió delante de Dios, y Dios curó a Abimélec, a su mujer y a sus sirvientas, que volvieron a tener hijos.
Porque Dios había hecho estéril el seno de todas las mujeres en la casa de Abimélec, a causa de Sara, la esposa de Abraham.

Capítulo 21
El Señor visitó a Sara como lo había dicho, y obró con ella conforme a su promesa.
En el momento anunciado por Dios, Sara concibió y dio un hijo a Abraham, que ya era anciano.
Cuando nació el niño que le dio Sara, Abraham le puso el nombre de Isaac.
Abraham circuncidó a su hijo Isaac a los ocho días, como Dios se lo había ordenado.
Abraham tenía entonces cien años de edad.
Sara dijo: "Dios me ha dado motivo para reír, y todos los que se enteren reirán conmigo".
Y añadió: "¡Quién le hubiera dicho a Abraham que Sara amamantaría hijos! Porque yo le di un hijo en su vejez".
El niño creció y fue destetado, y el día en que lo destetaron, Abraham ofreció un gran banquete.
Sara vio que el hijo de Agar, la egipcia, jugaba con su hijo Isaac.
Entonces dijo a Abraham: "Echa a esa esclava y a su hijo, porque el hijo de esa esclava no va a compartir la herencia con mi hijo Isaac".
Esto afligió profundamente a Abraham, ya que el otro también era hijo suyo.
Pero Dios le dijo: "No te aflijas por el niño y por tu esclava. Concédele a Sara lo que ella te pide, porque de Isaac nacerá la descendencia que llevará tu nombre.
Y en cuanto al hijo de la esclava, yo haré de él una gran nación, porque también es descendiente tuyo".
A la madrugada del día siguiente, Abraham tomó un poco de pan y un odre con agua y se los dio a Agar; se los puso sobre las espaldas, y la despidió junto con el niño. Ella partió y anduvo errante por el desierto de Berseba.
Cuando se acabó el agua que llevaba en el odre, puso al niño debajo de unos arbustos,
y fue a sentarse aparte, a la distancia de un tiro de flecha, pensando: "Al menos no veré morir al niño". Y cuando estuvo sentada aparte, prorrumpió en sollozos.
Dios escuchó la voz del niño, y el Ángel de Dios llamó a Agar desde el cielo: "¿Qué te pasa, Agar?", le dijo. "No temas, porque Dios ha oído la voz del niño que está ahí.
Levántate, alza al niño y estréchalo bien en tus brazos, porque yo haré de él una gran nación".
En seguida Dios le abrió los ojos, y ella divisó un pozo de agua. Fue entonces a llenar el odre con agua y dio de beber al niño.
Dios acompañaba al niño y este fue creciendo. Su morada era el desierto, y se convirtió en un arquero experimentado.
Vivió en el desierto de Parán, y su madre lo casó con una mujer egipcia.
Por aquel tiempo, Abimélec, que iba acompañado de Picol, el jefe de su ejército, dijo a Abraham: "Dios está contigo en todo lo que haces.
Júrame por Dios aquí mismo, que nunca te vas a comportar falsamente conmigo o con mi estirpe o mi posteridad, y que nos vas a dar, a mí y al país donde resides, las mismas pruebas de lealtad que yo te he dado".
Abraham respondió: "Lo juro".
Pero Abraham presentó una queja a Abimélec, a causa de un pozo que los servidores de Abimélec habían tomado por la fuerza.
Este replicó: "No tengo idea de quién pudo haber hecho esto. Tú no me lo hiciste saber, y hasta ahora yo no me había enterado de nada".
Entonces Abraham regaló a Abimélec unas ovejas y unas vacas, y los dos hicieron una alianza.
Y como Abraham puso aparte siete corderas del rebaño,
Abimélec le preguntó: "¿Qué significan esas siete corderas que pusiste aparte?".
"Significan –respondió Abraham– que tú me vas a aceptar estas siete corderas como una prueba de que el pozo lo he cavado yo".
Y a aquel lugar se lo llamó Berseba, que significa "pozo del juramento", porque allí los dos prestaron un juramento.
Después de concluida la alianza, Abimélec partió junto con Picol, el jefe de su ejército, y regresó al país de los filisteos.
Abraham, por su parte, plantó un tamarisco en Berseba e invocó el nombre del Señor Dios, el Eterno.
Él permaneció largo tiempo en el país de los filisteos.

Capítulo 22
Después de estos acontecimientos, Dios puso a prueba a Abraham. "¡Abraham!", le dijo. Él respondió: "Aquí estoy".
Entonces Dios le siguió diciendo: "Toma a tu hijo único, el que tanto amas, a Isaac; ve a la región de Moria, y ofrécelo en holocausto sobre la montaña que yo te indicaré".
A la madrugada del día siguiente, Abraham ensilló su asno, tomó consigo a dos de sus servidores y a su hijo Isaac, y después de cortar la leña para el holocausto, se dirigió hacia el lugar que Dios le había indicado.
Al tercer día, alzando los ojos, divisó el lugar desde lejos,
y dijo a sus servidores: "Quédense aquí con el asno, mientras yo y el muchacho seguimos adelante. Daremos culto a Dios, y después volveremos a reunirnos con ustedes".
Abraham recogió la leña para el holocausto y la cargó sobre su hijo Isaac; él, por su parte, tomó en sus manos el fuego y el cuchillo, y siguieron caminando los dos juntos.
Isaac rompió el silencio y dijo a su padre Abraham: "¡Padre!". Él respondió: "Sí, hijo mío". "Tenemos el fuego y la leña, continuó Isaac, pero ¿dónde está el cordero para el holocausto?".
"Dios proveerá el cordero para el holocausto", respondió Abraham. Y siguieron caminando los dos juntos.
Cuando llegaron al lugar que Dios le había indicado, Abraham erigió un altar, dispuso la leña, ató a su hijo Isaac, y lo puso sobre el altar encima de la leña.
Luego extendió su mano y tomó el cuchillo para inmolar a su hijo.
Pero el Ángel del Señor lo llamó desde el cielo: "¡Abraham, Abraham!". "Aquí estoy", respondió él.
Y el Ángel le dijo: "No pongas tu mano sobre el muchacho ni le hagas ningún daño. Ahora sé que temes a Dios, porque no me has negado ni siquiera a tu hijo único".
Al levantar la vista, Abraham vio un carnero que tenía los cuernos enredados en una zarza. Entonces fue a tomar el carnero, y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo.
Abraham llamó a ese lugar: "El Señor proveerá", y de allí se origina el siguiente dicho: "En la montaña del Señor se proveerá".
Luego el Ángel del Señor llamó por segunda vez a Abraham desde el cielo,
y le dijo: "Juro por mí mismo –oráculo del Señor– : porque has obrado de esa manera y no me has negado a tu hijo único,
yo te colmaré de bendiciones y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como arena que está a la orilla del mar. Tus descendientes conquistarán las ciudades de sus enemigos,
y por tu descendencia se bendecirán todas las naciones de la tierra, ya que has obedecido mi voz".
Abraham regresó a donde estaban sus servidores. Todos juntos se fueron a Berseba, y Abraham residió allí.
Después de un tiempo, Abraham recibió la noticia de que también Milcá había dado hijos a su hermano Najor:
Us, su primogénito; Buz, hermano de este; Quemuel, padre de Arám,
y además Quésed, Jazó, Pildás, Idlaf y Betuel.
Este último fue padre de Rebeca. Estos son los ocho hijos que Milcá dio a Najor, el hermano de Abraham.
Además, Najor tenía una esclava llamada Reumá, que fue madre de Tébaj, Gajam, Tajas y Maacá.

Capítulo 23
Sara vivió ciento veintisiete años,
y murió en Quiriat Arbá –actualmente Hebrón– en la tierra de Canaán. Abraham estuvo de duelo por Sara y lloró su muerte.
Después se retiró del lugar donde estaba el cadáver, y dijo a los descendientes de Het:
"Aunque yo no soy más que un extranjero residente entre ustedes, cédanme en propiedad alguno de sus sepulcros, para que pueda retirar el cadáver de mi esposa y darle sepultura".
Pero los descendientes de Het respondieron a Abraham: "Por favor,
señor, escúchanos. Tú eres un privilegiado de Dios en medio de nosotros. Sepulta a tu esposa en la mejor de nuestras tumbas, ya que ninguno de nosotros te negará un sepulcro para que la entierres".
Abraham se levantó, e inclinándose profundamente ante la gente del lugar, ante los descendientes de Het,
les insistió, diciendo: "Si ustedes quieren realmente que yo sepulte el cadáver, háganme el favor de interceder ante Efrón, hijo de Sójar,
para que me venda la caverna de Macpelá, que él tiene en el extremo de su campo. Que me la ceda por su valor real, para que yo la posea como sepulcro familiar en medio de ustedes".
Efrón –que estaba presente entre los descendientes de Het– teniendo por testigos a todos los que entraban por la puerta de la ciudad respondió a Abraham:
"No, señor, escúchame bien: yo te doy el campo y también la caverna que hay en él. Te la doy en presencia de mis compatriotas, para que entierres a tu esposa".
Abraham volvió a inclinarse profundamente ante la gente del lugar,
y teniendo a estos por testigos, dijo a Efrón: "Si estás dispuesto a llegar a un acuerdo conmigo, te pagaré el precio del campo. Acéptalo, para que yo entierre allí a mi esposa".
Entonces Efrón respondió a Abraham: "Por favor,
escúchame, señor. El campo vale cuatrocientos siclos de plata, pero ¿qué es esa suma para personas como tú y yo? Entierra a tu esposa".
Abraham aceptó la propuesta de Efrón, y teniendo por testigos a los descendientes de Het, pesó la cantidad que aquel le había fijado: cuatrocientos siclos de plata, según la tasación corriente entre los comerciantes.
De este modo, el campo de Efrón en Macpelá, frente a Mamré –el campo con la caverna y todos los árboles que estaban dentro de sus límites– pasó a ser
propiedad de Abraham, teniendo por testigos a todos los descendientes de Het que pasaban por la puerta de la ciudad.
Luego Abraham enterró a Sara en la caverna del campo de Macpelá, frente a Mamré, en el país de Canaán.
Así adquirió Abraham a los descendientes de Het el campo y la caverna que hay en él, para tenerlo como sepulcro familiar.

Capítulo 24
Abraham ya era un anciano de edad avanzada, y el Señor lo había bendecido en todo.
Entonces dijo al servidor más antiguo de su casa, el que le administraba todos los bienes: "Coloca tu mano debajo de mi muslo,
y júrame por el Señor, Dios del Cielo y de la tierra, que no buscarás una esposa para mi hijo entre las hijas de los cananeos, con los que estoy viviendo,
sino que irás a mi país natal, y de allí traerás una esposa para Isaac".
El servidor le dijo: "Si la mujer no quiere venir conmigo a esta tierra, ¿debo hacer que tu hijo regrese al país de donde saliste?".
"Cuídate muy bien de llevar allí a mi hijo", replicó Abraham.
"El Señor, Dios del cielo, que me sacó de mi casa paterna y de mi país natal, y me prometió solemnemente dar esta tierra a mis descendientes, enviará su Ángel delante de ti, a fin de que puedas traer de allí una esposa para mi hijo.
Si la mujer no quiere seguirte, quedarás libre del juramento que me haces; pero no lleves allí a mi hijo".
El servidor puso su mano debajo del muslo de Abraham, su señor, y le prestó juramento respecto de lo que habían hablado.
Luego tomó diez de los camellos de su señor, y llevando consigo toda clase de regalos, partió hacia Arám Naharaim, hacia la ciudad de Najor.
Allí hizo arrodillar a los camellos junto a la fuente, en las afueras de la ciudad. Era el atardecer, la hora en que las mujeres salen a buscar agua.
Entonces dijo: "Señor, Dios de Abraham, dame hoy una señal favorable, y muéstrate bondadoso con mi patrón Abraham.
Yo me quedaré parado junto a la fuente, mientras las hijas de los pobladores de la ciudad vienen a sacar agua.
La joven a la que yo diga: ‘Por favor, inclina tu cántaro para que pueda beber’, y que me responda: ‘Toma, y también daré de beber a tus camellos’, esa será la mujer que has destinado para tu servidor Isaac. Así reconoceré que has sido bondadoso con mi patrón".
Aún no había terminado de hablar, cuando Rebeca, la hija de Betuel –el cual era a su vez hijo de Milcá, la esposa de Najor, el hermano de Abraham– apareció con un cántaro sobre el hombro.
Era una joven virgen, de aspecto muy hermoso, que nunca había tenido relaciones con ningún hombre. Ella bajó a la fuente, llenó su cántaro, y cuando se disponía a regresar,
el servidor corrió a su encuentro y le dijo: "Por favor, dame un trago de esa agua que llevas en el cántaro".
"Bebe, señor", respondió ella, y bajando el cántaro de su hombro, se apresuró a darle de beber.
Después que lo dejó beber hasta saciarse, añadió: "También sacaré agua hasta que tus camellos se sacien de beber".
En seguida vació su cántaro en el bebedero, y fue corriendo de nuevo a la fuente, hasta que sacó agua para todos los camellos.
Mientras tanto, el hombre la contemplaba en silencio, deseoso de saber si el Señor le permitiría lograr su cometido o no.
Cuando los camellos terminaron de beber, el hombre tomó un anillo de oro que pesaba medio siclo, y lo colocó en la nariz de la joven; luego le puso en los brazos dos pulseras de diez siclos.
Después le preguntó: "¿De quién eres hija? ¿Y hay lugar en la casa de tu padre para que podamos pasar la noche?".
Ella respondió: "Soy la hija de Betuel, el hijo que Milcá dio a Najor".
Y añadió: "En nuestra casa hay paja y forraje en abundancia, y también hay sitio para pasar la noche".
El hombre se inclinó y adoró al Señor,
diciendo: "Bendito sea el Señor, Dios de mi patrón Abraham, que nunca dejó de manifestarle su amor y su fidelidad. Él ha guiado mis pasos hasta la casa de sus parientes".
Entretanto, la joven corrió a llevar la noticia a la casa de su madre.
Rebeca tenía un hermano llamado Labán.
Este, apenas vio el anillo y las pulseras que traía su hermana, y le oyó contar todo lo que el hombre le había dicho, salió rápidamente y se dirigió hacia la fuente en busca de él. Al llegar, lo encontró con sus camellos junto a la fuente.
Entonces le dijo: "¡Ven, bendito del Señor! ¿Por qué te quedas afuera, si yo he preparado mi casa y tengo lugar para los camellos?".
El hombre entró en la casa. En seguida desensillaron los camellos, les dieron agua y forraje, y trajeron agua para que él y sus acompañantes se lavaran los pies.
Pero cuando le sirvieron de comer, el hombre dijo: "No voy a comer, si antes no expongo el asunto que traigo entre manos". "Habla", le respondió Labán.
Él continuó: "Yo soy servidor de Abraham.
El Señor colmó de bendiciones a mi patrón y lo hizo prosperar, dándole ovejas y vacas, plata y oro, esclavos y esclavas, camellos y asnos.
Y su esposa Sara, siendo ya anciana, le dio un hijo, a quien mi patrón legó todos sus bienes.
Ahora bien, mi patrón me hizo prestar un juramento, diciendo: ‘No busques una esposa para mi hijo entre las hijas de los cananeos, en cuyo país resido.
Ve, en cambio, a mi casa paterna, y busca entre mis familiares una esposa para mi hijo’.
‘¿Y si la mujer se niega a venir conmigo?’, le pregunté.
Pero él me respondió: ‘El Señor, en cuya presencia he caminado siempre, enviará su Ángel delante de ti, y hará que logres tu cometido, trayendo para mi hijo una esposa de mi propia familia, de mi casa paterna.
Para quedar libre del juramento que me haces, debes visitar primero a mis familiares. Si ellos no quieren dártela, el juramento ya no te obligará’.
Por eso hoy, al llegar a la fuente, dije: ‘Señor, Dios de mi patrón Abraham, permíteme llevar a cabo la misión que he venido a realizar.
Yo me quedaré parado junto a la fuente, y cuando salga una joven a buscar agua, le diré: Déjame beber un poco de agua de tu cántaro.
Y si ella me responde: Bebe, y también sacaré agua para que beban tus camellos, esa será la mujer que tú has destinado para el hijo de mi señor’.
Apenas terminé de decir estas cosas, salió Rebeca con un cántaro sobre el hombro. Y cuando bajó a la fuente para sacar agua, le dije: ‘Por favor, dame de beber’.
Ella se apresuró a bajar el cántaro de su hombro y respondió: ‘Bebe, y también daré de beber a tus camellos’. Yo bebí, y ella dio agua a los camellos.
Después le pregunté: ‘¿De quién eres hija?’. ‘Soy hija de Betuel, el hijo que Milcá dio a Najor’, respondió ella. Yo le puse el anillo en la nariz y las pulseras en los brazos,
y postrándome, adoré y bendije al Señor, el Dios de Abraham, que me guió por el buen camino, para que pudiera llevar al hijo de mi patrón una hija de su pariente.
Y ahora, si ustedes están dispuestos a ofrecer a mi patrón una auténtica prueba de amistad, díganmelo; si no, díganmelo también. Así yo sabré a qué atenerme".
Labán y Betuel dijeron: "Todo esto viene del Señor. Nosotros no podemos responderte ni sí ni no.
Ahí tienes a Rebeca: llévala contigo, y que sea la esposa de tu patrón, como el Señor lo ha dispuesto.
Cuando el servidor de Abraham oyó estas palabras, se postró en tierra delante del Señor.
Luego sacó unos objetos de oro y plata y algunos vestidos, y se los obsequió a Rebeca. También entregó regalos a su hermano y a su madre.
Después él y sus acompañantes comieron y bebieron, y pasaron la noche allí. A la mañana siguiente, apenas se levantaron, el servidor dijo: "Déjenme regresar a la casa de mi patrón".
El hermano y la madre de Rebeca respondieron: "Que la muchacha se quede con nosotros unos diez días más. Luego podrás irte".
Pero el servidor replicó: "No me detengan, ahora que el Señor me permitió lograr mi cometido. Déjenme ir, y volveré a la casa de mi patrón".
Ellos dijeron: "Llamemos a la muchacha, y preguntémosle qué opina".
Entonces llamaron a Rebeca y le preguntaron: "¿Quieres irte con este hombre?". "Sí", respondió ella.
Ellos despidieron a Rebeca y a su nodriza, lo mismo que al servidor y a sus acompañantes,
y la bendijeron, diciendo: "Hermana nuestra, que nazcan de ti millares y decenas de millares; y que tus descendientes conquisten las ciudades de sus enemigos".
Rebeca y sus sirvientas montaron en los camellos y siguieron al hombre. Este tomó consigo a Rebeca, y partió.
Entretanto, Isaac había vuelto de las cercanías del pozo de Lajai Roí, porque estaba radicado en la región del Négueb.
Al atardecer salió a caminar por el campo, y vio venir unos camellos.
Cuando Rebeca vio a Isaac, bajó del camello
y preguntó al servidor: "¿Quién es ese hombre que viene hacia nosotros por el campo?". "Es mi señor", respondió el servidor. Entonces ella tomó su velo y se cubrió.
El servidor contó a Isaac todas las cosas que había hecho,
y este hizo entrar a Rebeca en su carpa. Isaac se casó con ella y la amó. Así encontró un consuelo después de la muerte de su madre.

Capítulo 25
Abraham se casó con otra mujer, llamada Queturá,
y esta le dio varios hijos: Zimrán, Iocsán, Medán, Madián, Isbac y Súaj.
Iocsán fue padre de Sebá y Dedán. Los descendientes de Dedán fueron los asuritas, los letusíes y los leumíes.
Los hijos de Madián fueron Efá, Efer, Henoc, Abidá y Eldaá. Todos estos son hijos de Queturá.
Abraham legó todos sus bienes a Isaac.
También hizo regalos a los hijos de sus otras mujeres, pero mientras vivía, los apartó de su hijo Isaac, enviándolos hacia el este, a las regiones orientales.
Abraham vivió ciento setenta y cinco años.
Murió a una edad muy avanzada, feliz y cargado de años, y fue a reunirse con los suyos.
Sus hijos Isaac e Ismael lo sepultaron en la caverna de Macpelá, en el campo de Efrón, hijo de Sójar, el hitita, que está frente a Mamré.
Es el campo que Abraham había comprado a los descendientes de Het. Allí fueron enterrados él y su esposa Sara.
Después de la muerte de Abraham, Dios bendijo a su hijo Isaac, y este se estableció cerca del pozo de Lajai Roí.
Esta es la descendencia de Ismael –el hijo que Agar, la sirvienta egipcia de Sara, dio a Abraham–
con los nombres de cada uno de sus hijos, según el orden de su nacimiento: Nebaiot, el primogénito de Ismael; luego Quedar, Abdeel, Mibsám,
Mismá, Dumá, Masá,
Jadad, Temá, Ietur, Nafis y Quedmá.
Estos son los hijos de Ismael: doce jefes de otras tantas tribus, que dieron sus nombres al lugar donde habitaron y a sus respectivos campamentos.
Ismael vivió ciento treinta y siete años. Al cabo de ellos murió, y fue a reunirse con los suyos.
Sus descendientes habitaron desde Javilá de Sur, que está cerca de Egipto, hasta Asur. Y cada uno de ellos realizó incursiones contra todos sus hermanos.
Esta es la descendencia de Isaac, el hijo de Abraham. Abraham fue padre de Isaac,
el cual, a los cuarenta años, se casó con Rebeca, hija de Betuel, el arameo de Padán Arám, y hermana de Labán, el arameo.
Isaac oró al Señor por su esposa, que era estéril. El Señor lo escuchó, y su esposa Rebeca quedó embarazada.
Como los niños se chocaban el uno contra el otro dentro de su seno, ella exclamó: "Si las cosas tienen que ser así, ¿vale la pena seguir viviendo?". Entonces fue a consultar al Señor,
y él le respondió: "En tu seno hay dos naciones, dos pueblos se separan desde tus entrañas: uno será mas fuerte que el otro, y el mayor servirá al menor".
Cuando llegó el momento del parto, resultó que había mellizos en su seno.
El que salió primero era rubio, y estaba todo cubierto de vello, como si tuviera un manto de piel. A este lo llamaron Esaú.
Después salió su hermano, que con su mano tenía agarrado el talón de Esaú. Por ello lo llamaron Jacob. Cuando nacieron, Isaac tenía sesenta años.
Los niños crecieron. Esaú se convirtió en un hombre agreste, experto en la caza. Jacob, en cambio, era un hombre apacible y apegado a su carpa.
Isaac quería más a Esaú, porque las presas de caza eran su plato preferido; pero Rebeca sentía más cariño por Jacob.
En cierta ocasión, Esaú volvió exhausto del campo, mientras Jacob estaba preparando un guiso.
Esaú dijo a Jacob: "Déjame comer un poco de esa comida rojiza, porque estoy extenuado". Fue por eso que se dio a Esaú el nombre de Edóm.
Pero Jacob le respondió: "Dame antes tu derecho de hijo primogénito".
"Me estoy muriendo", dijo Esaú. "¿De qué me servirá ese derecho?".
Pero Jacob insistió: "Júramelo antes". Él se lo juró y le vendió su derecho de hijo primogénito.
Jacob le dio entonces pan y guiso de lentejas. Esaú comió y bebió; después se levantó y se fue. Así menospreció Esaú el derecho que le correspondía por ser el hijo primogénito.

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